Defensa de la intución

La intuición, que no es una forma repentina e infundada de tomar decisiones, acierta bastante más que la razón

Tomar decisiones resulta un ejercicio cotidiano -otra cosa es el alcance de las mismas- para el que no siempre asisten mejor las formales operaciones de la razón sino las más perceptivas y hasta emocionales de las intuiciones. A estas últimas, sin embargo, no se les atribuye esfuerzo del pensamiento ni desgaste de las neuronas; aunque los neurólogos, aplicados a las incógnitas del sistema nervioso -cuántos de nuestros actos resultan condicionados por ello, sin que sea necesario ponernos de los nervios-, sostienen que la intuición tiene acomodo en una zona cerebral bastante primitiva y muy relacionada con los aprendizajes y los hábitos. Es decir, resolver asuntos por intuición no es un proceso ajeno a las pesquisas del pensamiento y surgido repentinamente de la nada, sino que la inteligencia se activa de modo automático, a la vez que inconsciente, para tomar decisiones que acaban resueltas segundos antes de que las ejecutemos. Luego, conclusión al canto, la intuición no parece reñida con la inteligencia racional, aunque algunos sujetos sí que estén enemistados con ambas y discurran con quien sabe qué atributos.

Parece asimismo que la intuición es más propia de expertos, o que se aplica de mejor modo a los asuntos de los que se tiene un conocimiento profundo. Todavía más, esa necesidad de comprender las cosas instantáneamente, sin razonar, como precisa el Diccionario académico, preserva de buena manera la ética. Dado que quienes deciden o resuelven de modo intuitivo suelen mentir o engañar menos que aquellas otras personas más racionales. Será porque la inteligencia de la corazonada, del impulso espontáneo, no necesita de maquinaciones mentales para alcanzar el resultado de la elección. Pero, no se olvide, la intuición alumbra a quienes conocen el paño y puede llevar a estropicios cuando procuran valerse de ella espontáneos sin causa.

Pues bien, el sexto sentido de la intuición tiene bastante más tino que las decisiones muy pensadas. Sin que estas últimas deban confundirse con las que se dejan dormir o se confían a la sazón, más que a la razón, del tiempo; porque entonces no son muy pensadas, sino bastante postergadas. Intuición o razón, esfuerzo mental o comprensión instantánea; sin embargo, debe advertirse que buena parte de las decisiones están animadas por el interés y, entonces, no prevalece la espontaneidad o el raciocinio, sino la maquinación y el artificio.

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