Elecciones Andalucía

El día que Arenas pudo ganar

  • En 1996, el joven candidato del PP era el favorito en las encuestas, pero al final cedió ante un PSOE que aglutinó el voto de la izquierda con un Chaves 'vitamínico' en campaña

Hace dieciséis años, Javier Arenas era el claro favorito en todas las encuestas para ganar las elecciones andaluzas. Como ahora. El PSOE llegaba con cara de perdedor tras superar tremendas cuitas internas. El camino parecía despejado, pero ¿qué pasó en esa campaña para que todas las previsiones se hicieran añicos y el PP acabase perdiendo un escaño?

Según recogen las crónicas periodísticas, las expectativas eran tan altas que en el ecuador de la campaña el candidato del PP, de 38 años, dio un paso adelante y reclamó a los andaluces una mayoría suficiente para gobernar.

Arenas ubicó el eje del PP en el centro (hacía gala de su anterior militancia en UCD) y convirtió al PP en una formación moderada, nada identificable con la derecha pura y dura, aunque a lo largo de su periplo por los pueblos andaluces se topó con algún telonero que a punto estuvo de arruinar el mensaje.

Arenas contaba con un aliado, directo o indirecto. Aquellas elecciones pasaron a la historia como las del fracaso del sorpasso: la intención de Izquierda Unida de arrebatar al PSOE el cetro de la izquierda. Arenas había protagonizado junto a Luis Carlos Rejón, líder de IU, la legislatura de la pinza (1994-1996) que, según coinciden los analistas, les pasó factura por el ahogo al que sometieron el Parlamento. Pero entonces se respiraban otros aires y Arenas, en una entrevista, pone en las manos de Rejón su aspiración de ser presidente de la Junta: será el tercer hombre ante la fratricida lucha entre la izquierda.

Con el viento a favor, Arenas contiene la euforia: llama a "no superar la raya del triunfalismo", machaca sus discursos con las palabras ilusión y futuro, y trufa sus intervenciones de invitaciones a las bondades de la alternancia, con ofertas directas a los votantes de centro izquierda. Arenas adopta un perfil institucional y habla mucho de ETA (dos días antes de la campaña los terroristas asesinan a Francisco Tomás y Valiente).

Algunos de los periodistas que le siguieron recuerdan que en la campaña de sólo dos años antes, un Arenas desenfadado, de 36 años, comparte con el grupo noches de copas y mañanas de ibuprofeno. Pero ahora se otea el poder: el cambio, que ya se cita, es posible.

"Para Javier Arenas, los 15 días de campaña son coser y cantar", comenzaba un análisis cuyo titular ha vuelto a reescribirse esta última semana: "Sólo lo que exige el guión". El popular camina con un armazón de mensajes sobre un gobierno austero, confianza en el futuro, la eficacia y el esfuerzo, aderezadas con las novedades de la actualidad y múltiples referencias locales. La caravana de periodistas que le sigue repite sus frases de corrido. El candidato saca provecho de su dominio en el cuerpo a cuerpo. Las mismas crónicas cuentan que Arenas arrasa entre los universitarios: en Granada lo sacan casi en volandas, vitoreado por una muchachada encantada con la idea de la iniciativa privada, el empuje empresarial y el castigo a los corruptos. Si todo son días de vino y rosas, ¿que pasó el 3 de marzo?

Chaves comienza la campaña agotado. Lleva semanas dedicado a hablar de la crisis interna, desatada nada más convocarse las elecciones ante el interés de los renovadores de laminar al guerrismo de las candidaturas. Sus propuestas no tienen el éxito de antaño: se descuelga con una reforma de la reforma laboral (aprobada en 1994 por el entonces ministro de Trabajo, José Antonio Griñán), y pone de uñas a los sindicatos y a su partido.

Chaves viene de pasar dos años muy malos tras el correctivo de las anteriores elecciones, donde perdió 17 diputados, y de enfrentarse a la pinza. Remontar el vuelo parece imposible; que el PP no lo supere: un milagro.

Todos los partidos se lanzan a la carrera y el PSOE golpea primero. Arranca al Gobierno 20.000 millones de pesetas en concepto de deuda histórica, una olvidada norma del Estatuto de cuyo cumplimiento sólo se acordó Rejón en 13 años. Chaves mete el dedo en el pastel de IU, y quiere más. Comienza a levantar el puño, se enrojece. A la vez, se pone muy andalucista, habla de pedir competencias plenas, de la gestión del Guadalquivir, se duda si es Blas Infante reencarnado.

Busca el cuerpo a cuerpo con Arenas, pero no lo consigue. A Chaves le sacan de la urna de cristal, está simpático y relajado. Los periodistas se preguntan si le han dado algún bebedizo, está vitamínico. Chaves resucita al antiguo sindicalista y se faja. Si dos años antes le silbaban en los oídos las protestas de los hombres de Santana, de Puleva, de Gillette, de Santa Bárbara, ahora encara a los trabajadores de Cervezas Alhambra y suelta millones de pesetas (mediante el IFA). La crisis remite y por primera vez en mucho tiempo el paro baja.

La maquinaria del PSOE está engrasada. Decenas de profesores, sindicalistas, profesionales y artistas firman un manifiesto contra los "engaños" de la derecha, entre otros Ian Gibson o Antonio Carvajal. El PP protesta porque la Junta se hace fotos con Antonio Banderas, contratado para promocionar jamón y aceite.

Se atisba un punto de inflexión: a cuatro días de las elecciones, en San Fernando, Chaves recupera a José Rodríguez de la Borbolla y Rafael Escuredo, desaparecidos. Cierra campaña en el Palacio de Congresos de Sevilla junto a Felipe González y Alfonso Guerra. La campaña de 1996 ha alumbrado a un líder. Para entonces Javier Torres Vela tiene datos de que el PSOE gana. Y Arenas, en una comida el día de reflexión, ya lo sabe: Chaves le ha adelantado, por la izquierda.

Pasada la medianoche del 3-M, en una sala del hotel Príncipe de Asturias (hoy Renacimiento), Chaves canta a coro con los asistentes: "Le hemos dado/ la vuelta a las encuestas". Ha ganado sin el tutelaje de Felipe González. El PSOE pactaría con el PA, una posibilidad insospechada en campaña.

"¿Qué le ha pasado al PP o qué le ha pasado a las encuestas?", se pregunta Arenas, sentado tras una mesa. Su discurso moderado, un tanto incoloro desde el punto de vista ideológico, no ha calado. Los resultados no se leen como un fracaso de Arenas, ni siquiera como un fallo de estrategia; se abre el interrogante de si hay más voto de centro derecha en Andalucía. Arenas promete cuatro días después que no se marchará a Madrid para llevar más al centro al PP andaluz. No lo cumple.

Teófila Martínez mejora los resultados en 2000 pero sucumbe en 2004. El retorno de Javier Arenas en 2008 vuelve a poner al PP en el disparadero. Ahora, Arenas se enfrenta al mismo reto, con decenas de encuestas que le auguran una victoria que se le escapó de entre los dedos hace dieciséis años.

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