Griñán

El destino de suceder a Chaves

  • Nació en Madrid, en 1946, hijo de un militar franquista · Está casado y tiene dos hijos, uno de ellos en paro · Inspector de Trabajo, ha sido ministro de Salud y de Trabajo, consejero y vicepresidente de la Junta · Hincha del Atlético de Madrid, sus aficiones son la ópera, el cine y la lectura.

José Antonio Griñán ha vivido una vida política paralela a la de su amigo, o ex amigo, Manuel Chaves. Sólo que con retraso. Los cargos de responsabilidad pública que ha ostentado Chaves ha acabado por tenerlos Griñán una temporada después. Para redondear su repetición estricta de la trayectoria del otro le falta lo que tal vez el destino esté a punto de negarle: darle la vuelta a las encuestas y ganar unas elecciones andaluzas.

En 1996, después de dos años de calvario en los que la coalición de hecho PP-IU le humilló sin dejarle siquiera aprobar los presupuestos de Andalucía, Manuel Chaves convocó elecciones autonómicas anticipadas. Todos los sondeos le daban perdedor, y la noche electoral, aclamado en un hotel de Sevilla, acuñó una de esas frases que pasan a integrarse con la fuerza del tópico en la vida política: "¡Le hemos dado la vuelta a las encuestas!". Ganó con mayoría relativa y pudo seguir al frente de la Junta en alianza con el Partido Andalucista.

Pocos socialistas confían en que esta noche vuelva la euforia a sus filas por que Griñán le haya dado la vuelta a las encuestas, a todas las publicadas y aun a las que se han guardado por táctica electoral. Pepe Griñán, como él ha impuesto que se le llame, fue ministro de Trabajo después de haberlo sido Chaves, le sustituyó como presidente de la Junta de Andalucía cuando Zapatero impulsó una sucesión apresurada, peleó para hacerse con la secretaría general del PSOE andaluz en lugar de Chaves y hasta le "quitó" el cargo orgánico de presidente federal socialista en el congreso que dio el mando a Rubalcaba, aunque fuera por el afán de preservar, en vísperas de las elecciones de hoy, su imagen de gran perdedor del cónclave, en el que él había apostado por Chacón.

Cuatro veces, pues, se ha erigido José Antonio Griñán en sucesor de Manuel Chaves. Y es precisamente la quinta, la que más le colmaría personalmente porque supondría ganar las únicas elecciones en las que ha sido cabecera de cartel y en las que ha dispuesto del poder autonómico y el liderazgo del partido, la que más difícil lo tiene. Mejor dicho: imposible. Sabe que no será la fuerza más votada y sólo le queda la remota esperanza de que su adversario de aquí al lado no logre mayoría absoluta y él pueda conservar esa presidencia que nunca conquistó en las urnas.

El caso es que su destino estaba escrito, porque en esta ocasión los méritos personales son tal vez el factor que menos va a influir en el resultado de la pelea que esta misma noche ha de quedar zanjada. Quiero decir: en las novenas elecciones andaluzas no se vota la gestión de tres años de Griñán, sino la gobernación del PSOE andaluz durante treinta. Muchos votantes van a ajustar cuentas pendientes con Griñán, pero también con Chaves -que gobernó durante diecinueve años-, y aun con Escuredo y Borbolla, los dos primeros presidentes de esta comunidad autónoma.

José Antonio Griñán es un hombre culto y brillante, con demostrada capacidad de gestión de la cosa pública, que ha llegado a la cúspide del poder en el peor momento. Le ha tocado administrar la peor crisis desde la de la transición, que ha empezado a agrietar el progreso conquistado con el autogobierno y evidenciado que la economía andaluza tenía parte de sus pies de barro, seguía a la cola del país en varios parámetros y a la cabeza en paro, lo más antisocial que se puede imaginar. Le ha tocado apechar con los efectos escandalosos de la larguísima hegemonía de su partido en Andalucía, que tienen el caso ERE como paradigma de corrupción, uso ilegítimo de fondos públicos, nepotismo y clientelismo. Y le ha tocado enfrentarse a la ola neoliberal que se ha llevado por delante al PSOE en el Gobierno, las autonomías y los ayuntamientos, reclamando la conservación de lo que hay ante una ciudadanía que quiere cambio, innovación y reformas y está harta de los mismos programas, las mismas caras y la misma política.

Hay otras cosas que no le han tocado, que ha decidido durante su corto mandato y, por tanto, no puede atribuir a la herencia averiada que recibió (él venía de dentro, también ayudó a acumular esa herencia). Su liderazgo ha resultado, en este sentido, fallido. Lanzó un proyecto de futuro para las cajas de ahorro andaluzas y los responsables financieros no le hicieron caso. Incendió a gran parte del funcionariado con una reforma hecha en la coyuntura más adversa en la que el propósito de adelgazar la Administración apenas ocultaba un afán de control político de la misma. Se empeñó en acaparar la secretaría general del PSOE andaluz para acabar con la bicefalia pactada -aun a costa de estropear su amistad con Manuel Chaves- provocando un congreso cargado de tensiones, y con una consecuencia letal: el partido quedó dividido y su liderazgo cuestionado. Hasta en la apuesta durante el congreso federal socialista se equivocó, ya que puso a sus leales a trabajar por Carme Chacón y salió, con ella, derrotado. Para disimular esa derrota tuvieron que darle la presidencia del partido quitándosela... a Chaves. Su destino parece ser imitar a éste a posteriori, aunque sea perjudicándolo objetivamente. ¿Le dará hoy la vuelta a las encuestas, como Chaves en 1996?

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